Biografía
Nací de sábado, y aunque no me inclino a creer en coincidencias, eso dice más de lo necesario. Para ser un buen baterista, tienes que ser un poco perezoso.
Más o menos como cuando, en el quinto grado, entre todos los argumentos para el examen de licencia, escogí un discurso de amplio alcance qué se inició con los famosos pintores Tiepolo, padre y hijo, y terminó con los gnomos: el primer verdadero discurso multidisciplinario de mi carrera. Es qué ya había decidido mi curso de estudio hasta los 30 años, y esta debe haberme parecida una buena manera de empezar a rodar las pelotas.
De hecho, a la escuela media, una triste experimentación informática en la que estudié programación en LOGO y conocí el hipertexto—la mítica bestia qué tan decía "futuro" pero qué habría muerto sólo un par de años más tarde, mi primer contacto con la moda enterprise de buzzword—decidí de ajustar el tiro, escogendo de tocar batería, y explicando como, sin las dos Guerras Mundiales, no tendríamos transporte aéreo regular, coches al parecer más seguros, viajes a la Luna, Alto Adige, unos millones Judíos menos, y un pequeño ejército de "investigadores independientes" que rechazan a toda costa el método científico y la navaja de Occam.
No obstante, seguro de mi objetivo de llevar la bata blanca, o al menos las plumas en el bolsillo, dentro de los 30 años, he optado por barra deja para al Instituto Técnico, uno de esos non-lugares donde uno entra lleno de esperanza y sale sin perspectiva—y tampoco sin una licencia de radio-aficionado, por lo que a un momento me decidí de tomarla yo mismo. El ITIS no es una escuela, es una experiencia de vida: aprendes a luchar batallas insignificantes pero de grande valor simbólico, aprendes el valor de la prensa, aprendes a no tocar los cables de alta tensión, y aprendes que, si en tu escuela hay diez chicas entre mil estudiantes, tu vida está irremediablemente condenada. Al igual que cuando decides de construir un sintetizador analógico a tres octavas para el examen final, y descubres la noche antes al oral que nada funciona. Eso es un excelente incentivo para improvisación creativa.
A pesar del fracaso electroacústico, cautivado por las promesas del curso de informática musical, sentí que la decisión de inscribirme en ingeniería informática era más apta que nunca, a pesar de las escuelas de bellas artes que habían empezado a hacerle cosquillas a mi fantasía. Uno normalmente dice que los años universitarios son los más preciosos. Recuerdo que me dijo lo mismo a la media sobre la escuela primaria, lo mismo a la segundaria sobre la escuela media, y lo mismo a la universidad sobre la escuela segundaria, lo que confirma mi fuerte carácter relativista. No recuerdo qué dije en la escuela primaria sobre los años del jardín de infantes, pero entonces creía en los hombres invisibles, y en la inseminación artificial…
Persiguiendo la idea absurda de desarrollar un sistema operativo, fui así apasionado en la materia que escogí de trabajar en los sistemas hard realtime para la tesis de grado. No pasó mucho tiempo para que me arrepintiese, de hecho durante el máster escogí una dirección completamente diferente: algoritmos, gráficos, y claramente música. El primer día de el curso de informática musical resultó en la decisión de hacer la tesis en Erasmus. De hecho, el prof es coordinador de un flujo que me ha llevado al Grup de Recerca en Tecnologia Musical en la Universitat Pompeu Fabra en Barcelona, donde esperaba para trabajar con la Reactable, un proyecto que conocí en 2007 y con que fue amor a primera vista. Pues, a partir de octubre de 2008 y hasta abril de 2009, fui en Barna para llevar a cabo actividades que han resultado en mi tesis de máster en junio 2010, y un paper para la Sound and Music Computing Conference 2010.
Y eso, hasta hoy, es todo.